Noticias desde Rishikesh

Llegamos hace dos días al ashram de Swami Dayananda. En el ashram predomina el color ocre de las ropas de los sannyāsi, ese color tan especial, de la llama de fuego, de la luz del conocimiento que destruye la ignorancia en el devoto sincero. Hay un buen numero aquí de esos miles de discípulos que han llegado a dar muestras de afecto y apoyo a nuestro maestro.

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El ashram está a rebosar, cientos de amigos, discípulos, sannyasis de todas las órdenes, devotos del sanatana dharma y de la tradición védica llegan sin parar para dar muestras de afecto a uno de los grandes maestros contemporáneos de un linaje tradicional en el hinduismo, respetado dentro y fuera de India y uno de los lideres más brillantes que la India ha dado en los últimos siglos. Su monumental obra ha sido grabada en todo tipo de medios, quedará para la posteridad para los buscadores sinceros que anhelan una visión completa de la espiritualidad hindú tradicional.

En los días que llevamos aquí Pujya Swami Dayananda ha venido a darnos con su presencia su bendición en el guru darshana, no ha hablado esta vez, su salud estaba demasiado debilitada para poder hacerlo. Que gesto más impresionante. Aún en un estado físicamente debilitado tiene el gesto de venir a darnos su bendiciones durante un buen rato. Además sigue recibiendo en su habitación al tren de devotos que quieren verle y que llegan de todas las partes de India y del mundo entero allí donde han llegado sus enseñanzas.

Otras personas en ese estado prefieren quedarse solas o con un número reducido de familiares o amigos; Pujya Swamiji continua haciendo su sva-dharma y se vuelve a dar a sí mismo, lo que queda de su cuerpo, de forma ultracompasiva, sin pensar en él, tal y como ha hecho toda su vida de forma espontánea, natural, dando ejemplo y haciendo lo que se debe de hacer hasta el último instante.

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