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El yoga de posguerra es aquel yoga que asume ciertos valores y actitudes foráneos que constituyen un reduccionismo del yoga, entendido el yoga en una perspectiva amplia––la de la Bhagavad Gītā o las Upaniṣads–– y no como exclusiva de los Yoga Sūtras de Patañjali.
Estos valores y actitudes son tres: el excesivo protagonismo de la ascesis; el afán de convertir la vía del yoga en una empresa farragosa; y el ideal de la perfección inalcanzable. Estos valores introducen perspectivas teológicas y actitudes que no se corresponden con el principal mensaje que la cultura védica transmite: la identidad esencial entre el hombre y Dios.
Estos valores existen en la pluralidad de escuelas y visiones de la cultura hindú, sin embargo, el yoga de Patanjali ha de ser comprendido junto con los demás Darśanas (escuelas o visiones ortodoxas) desde una perspectiva amplia y no cómo una escuela aislada o única. De forma frecuente, olvidamos el propósito de autoconocimiento que implica el yoga. No forma parte de la tradición estudiar el yoga darśana desligado del contexto cultural, filosófico y religioso de la época. Un estudiante informado estudiará las catorce categorías de conocimiento védico, al menos de forma introductoria, para disponer de una visión de conjunto.
El propósito de este artículo se centra en la reflexión sobre la desvinculación del yoga de su contexto cultural-religioso-teológico y si existe una influencia foránea sobre el entendimiento y práctica del yoga.
La práctica y enseñanza del yoga Iyengar
El yoga Iyengar cuenta con un método riguroso gracias a la incorporación del método racional y científico. En este método se trabaja, especialmente, con el soporte tangible del cuerpo físico. Sin embargo, resulta evidente ver como la biografía de cada profesor influencia su manera de enseñar. He tomado clases de yoga con profesores de diferentes perfiles religiosos: cristianos, budistas, hindúes, judíos e incluso agnósticos y ateos redomados. Aunque es obvio que todos enseñan yoga Iyengar y que los rasgos técnicos del mismo están presentes, cada profesor proyecta su marca distintiva. Estos valores y actitudes que he mencionado anteriormente, también está presentes y son adjuntados ––de manera consciente o inconsciente –– en algunos profesores. Estos valores no tienen por qué coincidir con el espíritu original de B.K.S. Iyengar.
El afán de convertir el camino del yoga en una empresa farragosa.
Es frecuente escuchar en las clases de yogāsana la descripción metafórica ––propia del relato bíblico–– del practicante que se encuentra al borde de un camino sinuoso y estrecho, a punto de caer al precipicio, acorralado por la dificultad y los peligros del sendero espinoso. En esta imaginería de tensión teatral, la práctica de āsana se describe en una atmósfera de encogimiento que acorta la espontaneidad y que refuerza la doctrina de restricción y racionamiento, tan típica del estado de posguerra español que se describe muy bien en estas citas de la época (extraídas del libro “Usos amorosos de la postguerra española” de Carmen Martín Gaite)
«Que el niño perciba que la vida es milicia, o sea, disciplina, sacrificio, lucha y austeridad». BOE, el 8 de marzo de 1938
«[…] La obediencia, el cuidado de no murmurar, de no concedernos la licencia de apostillar… la formula es esta: el silencio entusiasta”. Revista Destino, 9 de septiembre de 1939.
En estos ejemplos se retrata muy bien el tipo de influencias a los que me refiero. Según la versión del yoga de posguerra el camino del yoga es una vía «dolorosa» en la que el practicante ha de aceptar la cruz que supone la práctica. Desde esta situación de tensión dramática, nos advierten, que no debemos relajarnos ya que «el peligro está al acecho y en cualquier momento nos pueden coger desprevenidos; Aunque creamos que llegamos una cima, realmente estaremos en una meseta falsa». Así, parece que el camino del yoga se ha de recorrer muy seriecito y con el susto en el cuerpo.
¿Qué facilita insistir que el camino de yoga sea farragoso?¿De qué sirve inyectar estas imágenes y valores en el practicante? ¿No es suficiente con el rigor de la práctica como para crear problemas innecesarios?
Se podría decir que este dramatismo previene las decepciones, por una parte, naturales, de idealizar el yoga, si ha sido descrito desde el habitual romanticismo místico que abunda en las escuelas de yoga. Estas decepciones serian normales en la evolución del discípulo y se irían neutralizando con un mayor entendimiento de la materia. Pero ¿ayuda en algo que se preconciba una dificultad añadida? Probablemente, no.
Si se explicase con detalle el problema fundamental, tal y como hace el estudio sistemático de las escrituras védicas, y se atendiese a analizar el problema fundamental y la ruta espiritual, quizás se arrojase luz en vez de recurrir a la letanía de la dificultad y el sufrimiento.
Sospecho que este énfasis machacón revela creencias que son transmitidos en la infancia o están presentes en la cultura de un país. Si nos describieron el camino espiritual como un camino dramático, lo describiremos de ese modo a nuestros alumnos. Si el profesor se presenta con el convencimiento típico del Profesor-Redentor o del mismísimo Guerrero del Antifaz, la eficiencia para dotarle de mayor credibilidad alcanza cotas inalcanzables para los tiempos modernos.
Este dramatismo que persigue amplificar el mensaje suele venir impregnado de un discurso grave y solemne de manera que viaja con más potencia cuando el profesor es carismático. A pesar de que un talante magnificente puede resultar atractivo, y en cierta medida, muy inspirador y nobilísimo, por la rareza de encontrar a personas que se rigen por sus principios, aun así, se hace necesario distinguir entre carisma y sabiduría. La lógica emocional––aun con sinceridad––no es un instrumento adecuado para eliminar la ignorancia. Para deshacerse de ésta, según indica la Muṇḍaka Upaniṣad, hace falta un maestro que sea śrotriyaṁ y brahmaniṣṭam, es decir, que está versado en la tradición escritural y establecido en la visión de Brahman.
El mismo Faeq Biria, comentó, el verano del 2010, que los practicantes de Yoga Iyengar se toman su práctica con una seriedad tremenda y que se olvidan de disfrutar de la práctica. Faeq se preguntaba, extrañado, de donde había surgido este propuesta tan dramática. Un propuesta en línea con el catecismo del yoga de posguerra, que cuenta con sus dos valores más intrínsecos: el esfuerzo titánico y el ideal de la perfección.
El excesivo protagonismo del esfuerzo títánico.
En el yoga de posguerra nos encontramos con un excesivo protagonismo de la creencia en el esfuerzo titánico ––físico y mental– y en los resultados que puede producir la acción. Esta creencia cuenta con una amplia parroquia, todos ellos muy sinceros y comprometidos con el trabajo duro, muy duro. La ilusión del esfuerzo titánico se nutre de la firme convicción de arrinconar la mente y sus «fluctuaciones». Ilusión que debemos atajar lo antes posible –– ó entenderla desde otros parámetros–– no vaya a ser que con el tiempo se nos vacíen los aposentos de la cabeza.
Patajañli en el sūtra de su tratado sobre el yoga usa la palabra nirodha (restricción, control, cesación) y expone que el yoga es la cesación de las fluctuaciones de la mente. Leyéndolo de este modo, ––––sin ir más lejos del sūtra I.2 y sin saber nada de la cultura védica–– parecería que las fluctuaciones u oscilaciones de la mente son el mismísimo diablo.
En otros textos más explicativos que los Yoga Sūtras, lo que es dañino no es la mente en sí, que es un instrumento interno (antah karaṇa) que ha de usarse, sino las nociones que se tiene de la persona, del sí mismo, del ātman. El autor del Tattva Bodha también dice «mano nigrah». Nigraha suele traducirse como destrucción, como si la mente necesitase ser destruida. Si la mente es destruida, la persona es destruida. Es necesario poner en cuestión este «control» mental y el esfuerzo titánico. De forma probable, esta concepción desarrolle problemas con los cuales antes no contábamos.
Da la sensación que este axioma del esfuerzo titánico crea más fluctuaciones en vez de minimizarlas. Primero, crea tensión mental, y después física. La tensión mental agarrota el cuerpo, en vez de estar relajado, se tensa y devienen todo tipo de lesiones. Si además se crea un marco de trabajo dramático y se aplica el catecismo de postguerra, la práctica se convierte, automáticamente, en una valle de lágrimas.
Si se trata de conseguir absorción, quizás no haga falta este trabajo titánico propio de los campeonatos de halterofilia. La absorción puede incluso venir de forma muy natural. A la parroquia habitual le parecerá una infamia que se pueda conseguir absorción sin tanto esfuerzo. Es lógico, con tanta tensión y dramatismo, metido a cucharón, es difícil salir a respirar aire saludable. Si alguien duda, especialmente en el yoga Iyengar, le animo a que consulte los libros de Prashant Iyengar.
Por tanto, en la práctica de āsana, quien se tome a pecho estas concepciones, sin discernimiento alguno, comprobará a medio plazo, si el practicante es asiduo e intenso, que su cuerpo se torna más rígido e incluso empieza a lesionarse. Y las lesiones –– físicas y mentales –– empiezan por incubarse mediante esta manera de pensar. Pensamiento ligado a raíces histórico-religiosas más profundas que no podemos detallar aquí pero que nos ayudarían a desvelar las claves del asunto.
Ideal de la perfección inalcanzable.
Según el yoga de posguerra parece haber una separación Real entre hombre y Dios. El hombre es imperfecto, mortal, limitado, carente, de naturaleza caída y siendo carente quiere librarse del sentido de insignificancia. Para solucionar este problema fundamental busca ser más grande, más seguro, más feliz, más completo. En otras palabras, pretende librarse del sentido de carencia y limitación. Busca en realidad lo ilimitado pero lo enfoca erróneamente y busca, la plenitud en lo limitado. Al no aceptar su limitación pretende resolverlo por un proceso de llegar a ser o de cambio situacional que se manifiesta en la búsqueda de experiencias más intensas, más plenas. Esta búsqueda infinita no resuelve el problema de. El problema está centrado en la noción sobre lo que Yo soy, en lo que concluyo que Yo soy, en la noción que asumo sobre este “YO”, sobre el ātman. El problema es que concluyo que soy carente, limitado, pecador, que estoy separado del creador, del Señor, etc.
El principal mensaje de la visión y la espiritualidad de la India, desde una perspectiva vedántica, pone en cuestión esta precipitada conclusión. En la chandogya Upaniṣad (6.8.7) aparece la conocidísima mahavakya (gran sentencia) que resumen muy bien toda la enseñanza vedántica.
“Tat Tvam asi”
Tat –– Eso (Brahman); Tvam –– Tú; asi –– eres
“tú eres Eso (Brahman)”
En esta frase, tú (tvam), el individuo, el jiva, es Tat, Eso, Brahman. La frase es una ecuación con dos términos, tú y Eso, identidades aparentemente diferentes. La sentencia de la upaniṣad no dice “tú, el individuo, serás o te convertirás ––en un futuro–– en Brahman”. El verbo ser (as) está conjugado presente de indicativo, tercera persona singular (asi). Tampoco dice: tú, el individuo, te “unirás” o te “fundirás” (como si fuera queso) con Brahman. Dice claramente que el individuo en esencia ya es Brahman. Ya está libre.
En la concepción vedántica, la liberación es algo conseguido desde ahora, es algo ya logrado. No es una experiencia en el tiempo, y menos algo producido o creado por un esfuerzo titánico. La liberación es algo ya conseguido pero no reconocido. Si es algo ya conseguido pero no reconocido no puede ser algo que haya que producir en el tiempo con el esfuerzo. Si es algo ya logrado pero que no lo sabemos por ignorarlo, entonces el problema es de ignorancia y la solución no está en la acción sino en el reconocimiento de lo que ya es, , y para ello se necesita eliminar las nociones incorrectas que impiden reconocerlo. La acción produce resultados en el tiempo, pero en este caso, no se trata de producir algo sino de eliminar la ignorancia sobre un hecho que ya es. La acción y el esfuerzo tendrán su razón de ser como karma-yoga, para preparar y crear condiciones de madurez, pero la acción por sí misma y por su naturaleza no pueden producir la liberación. La liberación se da en términos de conocimiento puesto que ya está lograda pero no reconocida. Todas las disciplinas incluidas en karma-yoga ayudarán a prepararnos pero no tienen rango suficiente para resolver el problema. Esta es una diferencia fundamental entre la visión de las upaniṣads y la visión de posguerra..
Con estas nociones sobre uno mismo, es muy previsible que el adepto al yoga se embarque en una búsqueda basada en la cultura de la acción. Puesto que el yoga facilita una técnica poderosísima, la búsqueda de la perfección y la caza de experiencias de plenitud serán perfectas para reafirmar la visión de posguerra. El valor por el saber, será mucho menos bienvenido y en muchos casos, mal visto, provocando que el practicante no se interese por la indagación ontológica fundamental y se dedique a centrar su atención a otros aspectos.
Por ejemplo, no hay nada más que ver como se practica en otros países de menos influencia del yoga de posguerra. Si alguien ha estado en el mismo instituto de Yoga Iyengar en Pune (India) podrá comprobar cómo los indios practican y entienden el yoga con una perspectiva cultural más completa. Es normal, es su cultura. Esta comprensión les hace tener una visión más informada.
Los indios no tienen este sentido tan exacerbado de la perfección ideal, y tampoco albergan un valor por el sufrimiento y el aguante en āsana como si les fuese la vida en ello. Los indios no pretenden alcanzar las posturas finales de āsana con tanta perfección física. La cultura de la acción es menos fuerte. El «llegar a ser» tiene menos fuerza. Desde pequeños, aunque sea de forma pasajera, escuchan estas sentencias como «Tat tvam asi». Algo se les queda.
Estos significados vedánticos son muy diferentes a la teología de posguerra. Esta teología tiene obviamente una carga muy diferente en la psique. Aunque existan practicantes de yoga que se declaren agnósticos o ateos, todo este bagaje «cultural» se lleva dentro y no es fácil reconocer sino es claramente visto por lo que es. Y si no se analiza, entonces el yoga se confunde con otra cosa que, a lo mejor, dista mucha en ser lo que debería ser.